Ahora voy un par de veces al año. No es tan doloroso como parece, pero la variedad de sensaciones de esta experiencia es enorme. Nada mas llegar a la consulta, la chica de recepción me abre, con una sonrisa de oreja a oreja y una amabilidad infinita. La recepción es muy confortable. Un estilo actual, sencillo, basado en madera lacada, conjuntado con elementos blancos y negros, indican que éste es un lugar professional, serio y elegante. Una suave banda sonora relaja las salas de espera, que tienen moqueta, butacas y una buena variedad de material de lectura, incluyendo el periódico del día. Un cristal translúcido hace de pared exterior de la mayoría de salas del complejo, con lo cual la iluminación natural del complejo es un punto a favor.
Cuando llega mi turno, muy amablemente me dirigen hacia la sala de consulta. Lo primero que veo es que combinan colores frios. El sillón de
Y empieza el tratamiento. Primero repasan las encias con un aparato que vibra a alta frecuencia y quita el sarro. Debido a las vibraciones con los dientes, emite un ruido muy agudo que duele en los tímpanos como si los tuviera que rebentar. Al repasar las encías se nota que las estan tocando, pero no es nada que no se pueda aguantar. También a los pocos segundos me colocan un manguito aspirador para succionar el exceso de saliva, sangre y agua que pueda haber. Así unos minutos, hasta que teriman con los dientes del maxilar superior. Cuando empiezan con el inferior me doy cuenta de que me duele la boca una barbaridad, y me apetece cerrarla, pero no puedo porque sinó no dejo trabajar a la higienista dental, y sería peor porque con punzones dentro de la boca como pruebe suerte, porque no ve la chica donde rasca, mal vamos. Con ese pensamiento y algo de paciencia termina con la primera fase. A por la segunda.
Coge un bastoncillo de algodón, lo unta en una especie de crema anestésica y lo pasa por las encías superiores. Es bastante agonizante cuando pasa por el lado interno de la zona incisiva con el algodón, porque me hace unas cosquillas terribles, verdaderamente molestas. Seguidamente coge un punzón metálico todo retorcido, que si no supiera que es para llegar a los rincones difíciles y estuviera oxidado me acojonaría vivo, y empieza a desgraciar las encías. Raspa con fuerza y no se deja nada por repasar. En algun momento duele bastante, pero es un tipo de dolor conocido, así que no me asusto. Hay que reconocer que, siempre en algun momento de la sesión, me miro las manos y las tengo apretadísimas como para soportar el dolor. Luego lo pienso mejor e intento relajarme porque doler me dolerá igual, así que no vale la pena sudar poniendo el cuerpo en tensión para nada. De vez en cuendo la higienista me pregunta como voy, y yo levanto el pulgar porque no puedo decir nada. Alguna vez sin querer me ha preguntado algo que requiere hablar y claro, la cara de impotencia es explícita. Con un punzon y un aspirador en la boca, los labios medio dormidos y la boca enrampada de tenerla abierta tanto rato, ¿cómo voy a contestar? "Aaahaaaahhjj...aajjhh..". Es ciertamente cómico.
Finalmente terminamos con los punzones torzidos (puede que un poco más torcidos que al empezar, sospecho). Me limpio la boca y para terminar me aplican un blanqueante o algo similar. Finalmente con el mismo encanto y cordialidad me ayudan a levantarme, me comentan que ya estoy nuevo y listo para conquistar (chicas atendend, ahora ya sí). Vuelvo a la recepción y pago religiosamente el servicio. Concretamos una nueva revisión y entre sonrisas nos despedimos.
Salgo con la sensación de que me han dado una paliza en la boca pero hasta dentro de un tiempo no hay que volver.
Bueno, no ha sido para tanto, verdad?