lunes, 6 de junio de 2011

Little night paradise



De vez en cuando, las personas viven situaciones que se podrían catalogar de surrealistas. Algunas más que menos, ciertamente. En el caso de Adrián no solía ser excesivamente frecuente, pero eso otorgaba valor a cada una de las situaciones que vivía, de esas características.

Llevaba trabajando unas siete horas seguidas, un sábado pasada ya la media noche. La noche no se prestaba a la fiesta, una vez terminado el turno laboral, pero tampoco era plan de quedarse en casa. Mientras divagaba entre las posibles opciones de la noche y artículos de Wikipedia acerca del funcionamiento muscular a nivel celular, el móvil empezó a vibrar encima de la mesa. Era Ibex, un amigo apodado así años atrás por su enfermiza obsesión por la bolsa con la que perdió mucho tiempo y apenas ganó nada. Ahora trabajaba de botones en un hotel de media estrella llevando maletas arriba y abajo por cuatro perras. Era una mierda de trabajo, pero con la crisis galopante que atravesaba el país, era mejor eso y lidiar cada mes por pagar el alquiler, que no tener donde caerse muerto:

- Oye! ¿Estás trabajando, no?
- Sí, ¿por?
- ¿Luego que haces?
- Aún no lo sé.
- Fuera está lloviendo a cántaros! ¿Te vienes a correr al acabar de trabajar?
- ¿Qué??¿A correr?¿Bajo la lluvia y de noche?
- Si.
- .. er.. vale.

Respuestas idiotas a proposiciones absurdas. De vez en cuando le gustaba salirse del guión y esta vez, pese a la inmediatez de la propuesta, la idea le resultaba atractiva. Un híbrido entre salir y quedarse en casa. Saldría, pero volvería pronto. El pensamiento de correr bajo la lluvia le atraía. El hecho de pegarse la hostia padre al no ver donde pisaba lo apartó de su mente pensando que ya se apañaría en cuanto se encontrara metido ya en carrera. No quería frenarse ante lo que le resultaba novedoso y raro a la vez.

Una hora más tarde, mientras Adrián se dirigía hacia su casa para cambiarse de ropa y coger un chubasquero, vio algunos relámpagos. No era una noche de tormenta. Era lluviosa, pero no estaba exenta de sus descargas eléctricas. Le gustaban los rayos. Había escuchado muchas cosas acerca de ellos y le asombraba como en un segundo la noche se convertía en un día en blanco y negro, al caer un rayo. Eso le animó todavía más. Mientras no los pillara un rayo, todo iría bien. Una vez listos, con zapatillas deportivas corrientes, pantalón corto, chubasquero y armilla reflectante, el recorrido empezaba y terminaba en casa de Ibex. Darían una vueltecilla que podía ser más o menos larga en función de cómo se encontraran. Empezaron a correr y pronto dejaron atrás la urbanización para meterse en una carretera de campo que prescindía de toda iluminación.

El silencio de la noche les daba tranquilidad. Una quietud presente permitía oír el caer de la lluvia en el asfalto, el campo y los árboles. No era una tromba de agua lo que caía. Más bien eran las últimas gotas de la noche, puesto que ya hacía bastante rato que llovía. Aún así, correr sin chubasquero no era viable al principio. Pese a estar lloviendo, la temperatura era agradable, rondando los quince grados, lo que permitía correr sin problemas de respiración. Las nubes estaban relativamente altas y reflejaban la luz del pueblo y municipios vecinos, con lo cual la visibilidad era bastante aceptable. Se distinguía bien la carretera e incluso pudieron esquivar la mayoría de charcos, si bien no todos. 


La sensación de paz, de silencio, de libertad que experimentaban no se podía describir. Era como si el mundo se hubiera parado y estuviera expuesto en la penumbra, como en un museo. No había viento alguno y en los charcos se reflejaba el cielo como si de espejos se tratara. Era un paisaje peculiar. Tal espectáculo les ayudaba a olvidarse por momentos del cansancio de correr y el tiempo y los metros quedaban atrás poco a poco. Decidieron llegar hasta la carretera del Este del pueblo, en vez de atajar antes y emprender la vuelta. Bajaba hasta el punto más bajo de la zona. Habría que subirlo para volver y si llegar abajo les había costado un poco, la vuelta se antojaba divertida, irónicamente hablando.

Ibex era un tío peculiar. Le encantaba quedarse frito en el sofá sin hacer nada durante todo un domingo. En la misma medida que le encantaba ponerse a estudiar, o salir a hacer deporte. Era un motivado para muchas cosas y, a resultas de eso, parecía que todo se le daba bien. Durante la vuelta cuesta arriba, por un camino diferente, Ibex se empezó a distanciar un poco manteniendo un ritmo de carrera constante. Adrián iba un poco más apurado pero no se quería despegar así que dedicó medio minuto a reunir fuerzas para aumentar un poco el ritmo y pillar a Ibex. Esa situación se sucedió un par de veces e Ibex, consciente que su amigo no tenía su resistencia física, aflojó la marcha de vez en cuando para mantenerse juntos. Aquella noche no era para marcar un tiempo o una distancia, únicamente. También era un paseo por unos parajes desconocidos de noche y bajo la lluvia, y no tenía sentido no estar juntos durante tan bello trayecto.

En la última etapa del recorrido ya no llovía pero ambos estaban empapados de sudor por dentro. Los chubasqueros no permitían la transpiración y el sudor acumulado se había convertido en un traje con agua caliente. Se estaban casi cociendo literalmente ante la falta de lluvia y su consiguiente sensación de refrigeriación. Por suerte quedaban pocos metros para la llegada y con esa idea ambos, pero sobretodo Adrián, lograron llegar al final.

Estuvieron recuperando un poco el aliento, se quitaron la ropa empapada, cogieron unas toallas y se fueron al 'little-paradise' de Ibex a resucitar un poco y compartir impresiones sobre la experiencia así como imaginar qué pensarían de dos tíos corriendo en chaleco luminoso bajo la lluvia y de noche, los dos únicos coches con los que se habían cruzado.
Ibex tenía un jardín y un pequeño porche en su casa. En el jardín había un cerezo enorme que en verano protegía del sol y cuando había silencio era un lugar realmente cómodo para pasar una tarde, de ahí el bien merecido apodo de "little-paradise".

Las hiedras y demás plantas trepadoras que tenía, habían florecido y esto, junto con la espectacular noche de la que gozaban desde hacía ya un buen rato y un zumo de naranja, completó la que fue una experiencia que ambos quedaron en repetir alguna otra noche de ese verano que ya asomaba la cabeza y que prometía dar mucha guerra.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hacer de la lluvia un aliado, no un enemigo.

podi-.