miércoles, 1 de junio de 2011

Wednesday sunrise



Hacía algunas semanas que la mañana ya se iluminaba pronto, pero hoy le costó más de la cuenta abrir los ojos. Sin mucho afán, con las piernas dormidas todavía, pero empujadas por la hora que se reflejaba en el reloj de la mesilla de noche, se puso en pie y empezó la rutina de cada mañana para ir a trabajar. 

Durante la noche había estado lloviendo y las temperaturas habían descendido a registros más bien habituales de Marzo, después de una semana que cualquiera sin noción del tiempo habría etiquetado de verano. Ese fresco en el ambiente le hizo estremecer y levantó la cabeza para comprobar que, en días como ese, no había una sola nube en ese cielo que perdía los colores calientes del sol, para ganar su azulada presencia al paso de los minutos. 

De nuevo con la mirada al frente, se metió en el coche y lo puso en marcha para dirigirse al trabajo. Durante el trayecto interurbano, se permitió dejar de prestar atención exclusiva a la carretera, para pensar un poco en sus cosas. Por la hora que era, la mayoría de sus amigos estaban durmiendo todavía. Algunos estaban en época de exámenes. Otros empezaban a las nueve a trabajar. Alguno debía llevar ya sus treinta minutos en el gimnasio, para aprovechar y exprimir al máximo el día. Él también habría querido empezar la mañana yendo a la piscina para empezar el día fluyendo como un delfín. 



En cuanto llegó a la ciudad volvió a centrar su atención en la carretera y los peatones. Pese a que la ciudad solía estar a medio despertar a esa hora, siempre había algún despistado que pegaba un volantazo o se ponía a cruzar sin mirar y había que estar atento. Aprovechó un semáforo en rojo para no contagiarse de la prisa que todo el mundo parecía tener. Puso punto muerto, el freno de mano, y reclinó la cabeza en el asiento. "¿Por qué tienen prisa?¿Van tarde?¿Todos?¿Y si se levantaran diez minutos antes?" se preguntaba, sin tener ganas de saber la respuesta. 

Al final del trayecto, casi delante de la sede principal de la compañía para la que aún trabajaba, se cruzó sin llegar a parar delante de Lina, una mujer que conocía de vista. Habían hablado un par de veces, pero era tan esporádico que hasta dudó de si realmente era esa mujer. La cara morena, los ojos negros y grandes y la mirada relajada de la chica le sacaron de dudas. Eso le arrancó una sonrisa pensando en lo pequeño que puede ser el mundo y, mientras buscaba aparcamiento, fantaseó con la oportunidad de poder tener algún día lejano una conversación de más de tres minutos con esa mujer.

Antes de llegar a las puertas del edificio se encontró con su compañera Tina, que acababa de aparcar la moto. Le saludó con una amplia sonrisa y comentaron la situación de la empresa. Los compañeros de Tina dejaron la empresa el día anterior, debido a la crisis del sector. Comentaron cuatro banalidades más y al entrar se fue cada uno por su lado. Tina era una chica lista y guapa. Él siempre pensaba que algún día sacaría el valor de invitarla a cenar. Y seguiría con esa falsa esperanza hasta que uno de los dos dejara la empresa y no se volvieran a ver jamás.

Llegó a la segunda planta y paseó por los pasillos vacios hasta llegar a su cubículo de trabajo. Encendió la computadora y tras consultar el correo electrónico, se puso los cascos y acabó el principio del día con la sutileza del maestro Sakamoto.

1 comentario:

Júlia dijo...

Y tan maestro. Muy bien elegida.

Bonito relato costumbrista, me gusta el estilo.

congrats my friend :)